septiembre 27, 2006

LAS POLÍTICAS PÚBLICAS CONTRA EL HAMBRE CRÓNICA

Hace más de 150 años Rudolf Virchow, uno de los pioneros de la medicina social, planteó, ante el asombro de muchos de sus colegas, que la política era solamente la medicina a gran escala. Con ello, pretendió hacer notar la trascendencia que tienen las decisiones de los gobiernos frente a la salud de las gentes. Pero también, señaló el carácter eminentemente práctico de esta dimensión de la vida humana. Para bien o para mal, la voluntad de los gobernantes, es decir su verdadera política, se expresa en programas y acciones reales y concretas que producen importantes consecuencias en la vida de los gobernados.

Como médico, Virchow sabía que un tratamiento puede ser bastante dañino si no se deriva de un buen diagnóstico y, por supuesto, entendía que el plan de trabajo que traza un terapeuta o un político debe ser plenamente coherente con el diagnóstico formulado.

Para el caso que nos corresponde debemos entonces preguntarnos ¿cuál es exactamente el problema alimentario que pretendemos atacar? y, en ese sentido, ¿hacia donde apuntan las políticas de seguridad alimentaria de los gobiernos colombianos, tanto a nivel nacional como departamental y local?

En Colombia, la gran mayoría de gobiernos dedican sus esfuerzos a distribuir alimentos a la llamada, de modo bastante impreciso, población vulnerable. De tal forma está extendido este tipo de acción gubernamental que es posible encontrar municipios rurales en los que operan varios programas que subsidian alimentos a los niños y ancianos. En un solo municipio coexisten el refrigerio reforzado, los restaurantes escolares, las familias en acción, los hogares de bienestar infantil, el programa de alimentos para ancianos, el programa de subsidio alimentario del departamento, el programa de alimentos por trabajo o por capacitación e incluso los programas caritativos de las iglesias cristianas.

Antes de analizar si estos esfuerzos, centrados en la donación de alimentos, están acertadamente orientados o no, es necesario referirse a dos características que todos ellos comparten. En primer lugar, estos programas presentan serios defectos de continuidad y estabilidad. Debido a aquellas dificultades, propias de los procesos presupuestales del sector público, el trámite para las licitaciones y adjudicación de contratos puede ser tan engorroso que no se sabe su exacta duración. De este modo, los programas no operan establemente a lo largo de todo el año sino que se ejecutan durante cuatro, seis u ocho meses. Nadie lo sabe. Y, por supuesto, quienes menos informados están sobre este vía crucis financiero son los beneficiarios de los programas. Para ellos, el programa comienza cuando menos lo esperan y finaliza cuando ya se han acostumbrado a él.

Un segundo aspecto, bastante común, es que la gran mayoría de estos programas ubica sus proveedores de alimentos por fuera de los municipios beneficiarios. Es decir, establecen contratos con personas que no pertenecen al municipio para que lleven a éste los alimentos destinados a la población beneficiaria. Normalmente, los proveedores son empresas o personas ampliamente conocedoras del mercado alimentario regional y que además gozan de mucho éxito en el negocio alimentario. Con la contratación de estas entidades, se logra disminuir los costos de los alimentos y, debido a las numerosas conexiones comerciales de los contratistas, se garantiza que provean oportunamente a los programas alimentarios.

Hasta aquí, el único problema parecería ser la inestabilidad de los programas alimentarios y, una vez se corrigiera este defecto, se supone que obtendríamos una adecuada política de seguridad alimentaria y nutricional. Desgraciadamente, en el fondo del asunto subyace un error. La entrega de alimentos para el consumo de las familias campesinas corresponde perfectamente a una acción contra el hambre aguda. Es decir, contra aquella forma de hambre en la que las personas no tienen físicamente nada que comer y están corriendo serio peligro de morir de inanición. Y, ese no es el problema que sufre nuestra población campesina. Ella padece realmente de hambre crónica, una versión silenciosa e insidiosa de hambre en la cual las personas y familias, de manera persistente, no logran acceder a la cantidad de calorías y nutrientes que requieren sus organismos.
[1]

En ese sentido, el PROYECTO HAMBRE, organización civil establecida en 1977 en Estados Unidos, nos recuerda que “El hambre crónica no es una cuestión de alimentos. Ocurre cuando las personas carecen de una oportunidad o sistemáticamente se les niega la oportunidad de ganar el dinero necesario para producir suficiente comida, recibir educación, desarrollar las habilidades necesarias para cubrir sus necesidades primarias y tener una voz en las decisiones que afectan sus vidas”
[2].

En pocas palabras, en nuestro país, la mayor parte de programas alimentarios dirigidos a la población campesina proceden de un diagnóstico equivocado y, con frecuencia, contribuyen a profundizar la problemática real que enfrentan estas comunidades. En efecto, los subsidios alimentarios mal dirigidos, son francamente insostenibles y la inestabilidad de los programas alimentarios que señalamos atrás es una prueba de ello. Por otra parte, cuando contratistas forasteros son quienes proveen de alimentos al municipio, ni un solo centavo del dinero público se queda en la localidad. Es frecuente que lleguen cajitas de cartón con jugos de fruta, provenientes de una mega-empresa alimentaria, a lejanas veredas en donde los árboles están cargados de mangos y naranjas frescas. A la larga, el programa alimentario termina sumándose a los factores que desestimulan la producción y el mercadeo local de alimentos y que, con el tiempo, incluso pueden generar formas de dependencia alimentaria familiar que agravan la situación de hambre crónica que allí se padece. Es así como, a pesar de las buenas intenciones que hayan podido albergar los gobernantes, su política mal orientada, termina por beneficiar casi exclusivamente a contratistas exitosos que, estamos seguros, no tenían ningún problema de hambre crónica.

Pero aún hay otra dificultad que se presenta en los pequeños municipios rurales. Se trata de la pérdida de autonomía de los gobiernos locales frente al problema alimentario de su población. Por una parte, la mayor parte de las transferencias que reciben tienen destinaciones específicas que no pueden ser modificadas ni por el alcalde ni por el concejo. De tal manera que las posibilidades de invertir en soluciones autónomas y sostenibles al hambre crónica local son bastante limitadas. Y, por otro lado, las inversiones en seguridad alimentaria que llegan desde programas nacionales y departamentales tienden a arrastrar los escasos recursos que quedaban para libre destinación. En efecto, dichos programas alimentarios generalmente exigen a los gobiernos locales la cofinanciación de los mismos sin que exista la posibilidad de que el municipio modifique los términos de la intervención. En otras palabras, la nación o el departamento definen la metodología para enfrentar el hambre crónica y los municipios no solo la acatan sino que, además, deben comprometer parte de su presupuesto en ella.

En el Foro del Hambre de los Países de la Región Andina, celebrado en Quito en noviembre del 2004, se llegó a una importante conclusión para atacar el hambre crónica. Según los participantes, se reconoció que “la ideología subyacente al paradigma de la prestación de servicios falla desde su misma base y concepción en el sentido en que no toma en cuenta el recurso fundamental para el desarrollo: la creatividad y la productividad de la misma gente que vive en la pobreza”...”Las personas son consideradas como el "problema", como los beneficiarios de los servicios, los cuales necesitan ser atendidos...”
[3].

En contraste, se propone apreciar a las mismas personas como parte de la solución, como los protagonistas y agentes principales de su propio desarrollo. Y, en ese sentido, se afirma que una de las medidas políticas más importantes que un gobierno debe tomar para enfrentar el hambre crónica “es llevar el gobierno y los procesos de toma de decisiones hasta la gente misma, descentralizando la democracia y transfiriendo los recursos y la autoridad del gobierno central al gobierno local”
[4].

Ahora bien, imaginemos que mejoramos el diagnóstico, es decir, entendemos que el problema es el hambre crónica y, adicionalmente, imaginemos también que se formulan políticas coherentes con esta problemática ¿Será suficiente este esfuerzo? Sin duda, sería un avance maravilloso hacia la superación del hambre crónica rural. No obstante, no debemos olvidar que el estado no es un ente homogéneo y que las políticas sectoriales de un gobierno pueden llegar a ser contradictorias entre sí. Por ejemplo, una política de seguridad alimentaria puede llegar a ser opuesta a una política tributaria o a una política agroindustrial. Y, en ese orden de ideas, ya en la arena política, en las decisiones efectivas del día a día del ejecutivo ¿cuál de estas políticas prevalecerá? Todo dependerá de la orientación principal que tenga el gobierno y de la importancia que cada tema tenga dentro de la agenda política y social del país.

En ese sentido, las preguntas que nos debemos formular en torno al problema del hambre crónica rural en Colombia deberían enfocarse de la siguiente manera:
¿Cómo podemos lograr que la lucha contra el hambre crónica, especialmente a nivel rural, se constituya en una prioridad en la agenda pública y política de nuestro país?
¿Dónde comienza y dónde concluye la responsabilidad del estado frente a la seguridad alimentaria y a la garantía del derecho a la alimentación de las familias y comunidades campesinas?
¿Están adecuadamente orientados los subsidios alimentarios que el estado ofrece a esta población? ¿Son social y económicamente sostenibles y, en consecuencia, contribuyen realmente a la dignificación de la vida y a la seguridad alimentaria?
¿Cuál debe ser el papel del estado local, del estado departamental y del estado nacional en la lucha contra el hambre crónica rural?

Néstor Mendieta – Corporación Obusinga
Barrancabermeja, septiembre del 2006

[1] Recordemos que el entre el 30% y el 60% de la población campesina del Magdalena Medio no alcanza a cubrir sus requerimiento de calorías y que tres de cada cuatro familias sufre de consumo insuficiente de micronutrientes como la vitamina A y el calcio.
[2] Proyecto Hambre.proyectohambre.org/breve.htm Según el Proyecto Hambre, “las hambrunas representan menos del 8% de las muertes relacionadas con el hambre en el mundo. El 92% restante es el resultado del hambre crónica y persistente – el asesino silencioso que día a día se lleva la vida de 20,000 personas” (las negrillas son de la versión original).
[3] FORO DEL HAMBRE DE LOS PAÍSES DE LA REGIÓN ANDINA. “Reduciendo el Hambre y la Desigualdad: Alcanzando los Objetivos de Desarrollo del Milenio”Quito, Ecuador, 22-23 de Noviembre de 2004. http://proyectohambre.org/2004/jhquito-es.htm
[4] Ibidem.

septiembre 13, 2006

MERCADOS LOCALES O MERCADOS GLOBALES

EL DILEMA DE LA ECONOMIA ALIMENTARIA CAMPESINA

La mayoría de nosotros aún recordamos el mercado de pueblo. Esa fiesta semanal a la que se daban cita campesinas y campesinos cargados con los productos de sus parcelas pero en la que no solamente ocurrían intercambios comerciales sino que también se daban las celebraciones religiosas; las visitas a los médicos y curanderos; las jugarretas de billar y tejo y, para qué negarlo, hasta las borracheras y una que otra pelea con arma blanca. El mercado de pueblo era, sin lugar a dudas, el epicentro de la economía campesina y una de las más puras expresiones de una forma de vida cada día más escasa en nuestro país.
Esta expresión tradicional de nuestro pueblo estaba soportada en lo que se llaman sistemas agroalimentarios localizados. Los técnicos dan el nombre de sistema agroalimentario a aquel conjunto de elementos que se asocian y encadenan en el proceso de producción, comercialización y consumo de los alimentos. Incluyen allí desde la producción de insumos agrícolas, como abonos y maquinaria, hasta la venta menuda del alimento en las tiendas, sin excluir todo el proceso de cultivo, cosecha y transporte de los alimentos. Pues bien, a los mercados de pueblo confluía la producción agropecuaria de una microregión, toda ella levantada con insumos locales, semillas y especies nativas y tecnologías autóctonas. Del mismo modo, en dichos mercados se realizaban los intercambios que permitían a las familias campesinas garantizar, con aceptable eficiencia, el acceso a sus alimentos y a sus bienes de consumo. Y, la totalidad de los procesos ocurría en circuitos económicos que no se extendían más allá del área de dos o tres municipios vecinos por lo cual se les da el apelativo de sistemas agroalimentarios localizados.
Los cambios sucedidos en el mundo han sido vertiginosos en los últimos años y, desde el punto de vista de la economía alimentaria, se han caracterizado por el surgimiento de sistemas agroalimentarios de enorme radio de acción. La extensión de la revolución verde y, con ella, la producción a gran escala, en esquemas cada más agroindustrializados, ha generado enormes cantidades de un mismo alimento que, posteriormente, se distribuyen a través de gigantescas cadenas alimentarias. De esta manera, la producción, transformación y consumo de un mismo alimento puede ocurrir no solo en países distintos sino hasta en continentes diferentes. Aparecen entonces los sistemas agroalimentarios globalizados los cuales impactan violentamente la economía campesina y, por supuesto, ponen en crisis a los mercados de pueblo tradicionales.
Para muchos teóricos, el tremendo desarrollo de los Sistemas Agroalimentarios Globalizados es altamente benéfico para la seguridad alimentaria ya que contribuye a hacer más competitivos los mercados de alimentos. Es decir, de acuerdo con esta versión, la globalización produce sistemas agroalimentarios especializados que tienen la virtud de ser más productivos, eficientes y rentables. A su vez, se piensa que estas ventajas disminuyen el costo que representan los alimentos para el consumidor y favorecen su acceso a los mismos. Adicionalmente, consideran que estos sistemas son altamente eficaces a la hora de enfrentar momentos de desabastecimiento ya que los altos volúmenes de alimentos, que maneja cada sistema especializado, pueden ponerse en cualquier lugar a la hora que se necesite. Esto, como consecuencia de la producción a gran escala y del desarrollo de las vías de comercialización entre regiones y países, propio del proceso de globalización.
¿Pero son realmente estos los efectos que los sistemas agroalimentarios globalizados han producido en las familias campesinas?
Debido a que el trabajo tradicional de los campesinos es la producción agropecuaria, desde la óptica de los mercados globales, los campesinos jugarían ante todo el papel de productores de alimentos. El problema es que los mercados globales son como las ligas mayores de productores y, por lo tanto, para meterse en semejantes macronegocios es necesario producir altísimos volúmenes, de lo que sea, para ponerlos a circular en las poderosas autopistas comerciales de la globalización. Para alcanzar este propósito se requiere la movilización de enormes cantidades de insumos, el compromiso de grandes extensiones de tierra, el recurso a tecnologías inconcebibles para el campesino promedio y, por supuesto, la disposición de capitales financieros que movilicen todo ese aparato productivo. Una dimensión verdaderamente escalofriante para el campesinado.
Y es que, definitivamente, los sistemas agroalimentarios globalizados no están diseñados para la economía campesina. De hecho, según estimativos de los economistas del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, durante el año 2005, apenas el 2% de los créditos destinados al agro, por parte de la banca pública colombiana, llegaron a los campesinos. El 98% fueron entregados a grandes agroindustriales quienes, por supuesto, demostraron su solvencia financiera y su respaldo al crédito que solicitaban.
No obstante, durante los últimos años, muchos campesinos han podido “enchufar” sus productos a medianos y grandes sistemas agroalimentarios mediante la alianza con comerciantes y empresas agropecuarias de mayor radio de acción. De ese modo, han empezado a formar parte de las cadenas productivas aunque en los eslabones más débiles y de menor rendimiento financiero.
Desgraciadamente, incorporarse a los sistemas agroalimentarios globales puede tener un costo muy alto para la familia campesina. En general, las exigencias de estos sistemas conducen al campesino a que comprometa toda su capacidad en un único producto, es decir, a que convierta su parcela en un monocultivo y a su familia en dependiente, desde el punto de vista alimentario. Los estudios de Obusinga y PDPMM muestran que, en promedio, 8 de cada diez calorías que consumen las familias campesinas las obtienen mediante la compra y tan solo una quinta parte de lo que consumen es producido por la misma familia. La dependencia de la compra es, sin duda, el precio que paga quien se dedica al monocultivo.
Pero el problema no termina allí, generalmente los campesinos toman decisiones productivas en bloque, es decir, todos los campesinos de un municipio tienden a vincularse a la misma cadena productiva. De ese modo, un municipio se caracteriza porque todos sus campesinos producen mora, en un segundo municipio todas las familias son productoras de fríjol y un tercero se enorgullece de ser un gran productor de cacao. En consecuencia, la tendencia del monocultivo se dirige a abarcar ya no solo unas cuantas parcelas sino todo un municipio.
Una vez montado en la tendencia de los grandes sistemas agroalimentarios, con su economía de monocultivo a medio camino, el campesino entra en una especie de limbo productivo. En efecto, a pesar de haber sembrado buena parte de su parcela con un solo cultivo, su capacidad productiva aún es demasiado baja como para montarse en las grandes cadenas alimentarias quienes le exigen cantidades aún mayores del producto. Pero, paradójicamente, su producción ya es demasiado voluminosa como para ser asimilada por el mercado local en el que definitivamente ya excede la demanda. Es así como el campesino decide llevar los alimentos hacia mercados más lejanos, donde le pueden comprar todo su producido, y deja de ofrecerlos en el mercado de su propio pueblo ya que tendría que devolverse a su finca con parte de la carga. Y, como si se tratara de una broma siniestra, es frecuente que los comerciantes que le compraron su producido regresen al pueblo del campesino vendiendo, a precios más elevados, los mismos productos que de allí salieron.
Las consecuencias de este desajuste son aún más severas si el producto al que la familia y la comunidad le han apostado su fuerza productiva es un alimento esencial. Por ejemplo, Puerto Nare y Cimitarra, son dos municipios ganaderos del Magdalena medio que cuentan con una amplia producción lechera. Muchas familias campesinas están vinculadas a dicha producción, venden la leche a grandes empresas de lácteos, que llegan a estos municipios y de allí derivan buena parte de su sustento. Pero el intercambio es tan negativo que, de acuerdo con los recientes estudios realizados, entre el 70% y el 80% de las familias termina con un consumo insuficiente de calcio (nutriente que proviene esencialmente de la leche). La leche, originalmente producida en estos municipios, regresa a ellos pero procesada, escasa, costosa e inaccesible para la mayoría de los pobladores.
Al contemplar esta situación, un observador externo podría suponer que lo mejor sería que el campesino produjera sus propios alimentos y se evitara todo este proceso de intermediación que claramente lo perjudica. Y, efectivamente, muchos así lo han intentado y mantienen la producción de lo que llaman su dieta de pancoger, representada generalmente por el plátano, la yuca y la papa. El problema es que una buena alimentación exige el acceso estable a por lo menos una variedad de 30 alimentos y no solo al exiguo pancoger. Y, ser capaz de producir siquiera 15 alimentos, en los microfundios inferiores a 5 hectáreas que poseen los campesinos, exige no solo una alta fertilidad de la tierra sino también elevados conocimientos agronómicos que permitan el uso adecuado y eficiente de la tierra. La experiencia termina por demostrarle a la mayoría de campesinos que es mucho más racional y sensato comprar los alimentos que intentar producirlos, para el propio consumo, en sus parcelas y microfundios. Es más, el desestímulo a la producción es de tal medida que numerosos campesinos optan por vender sus parcelas ya que no ven a través de ellas ninguna posibilidad de acceder al dinero que necesitan. Es así como de ser el dueño del cultivo el campesino termina convertido en obrero de la plantación.
El balance de la transformación de los sistemas agroalimentarios deja pueblos campesinos que producen uno que otro cultivo, que les dejan poco dinero a sus pobladores, y un mercado local reducido a escasos productos de consumo masivo como, el arroz, la panela, algunos granos y el aceite. En suma, el sometimiento de la economía campesina tradicional a los sistemas agroalimentarios globalizados y de gran escala termina por alterar la disponibilidad de alimentos a nivel local. Dicho de otro modo, los alimentos no se consiguen en los municipios pero ya no como consecuencia de problemas en las cosechas sino como resultado del abandono y postergación de los mercados locales de alimentos.
Todo este panorama lleva progresivamente a la extinción del campesinado como forma de vida. Con bajos ingresos, imposibilitados para conectarse a las nuevas cadenas alimentarias y severamente limitados para la producción de su propia dieta, los campesinos viven, en este momento, en un contexto económico profundamente deprivado y marginalizado que los ha conducido a la dependencia alimentaria y al hambre crónica.
Nuevas preguntas aparecen sobre la problemática alimentaria de nuestras familias campesinas:
¿Hay alguna razón válida para que los mercados locales hayan sido abandonados y marginalizados?
¿Por qué las políticas de desarrollo rural no se han enfocado hacia el fortalecimiento de la economía campesina?
¿Tiene sentido dedicar todos los esfuerzos e inversiones sociales al desarrollo de los sistemas agroalimentarios globales?
¿Acaso dentro de la economía campesina no pueden coexistir los mercados globales con los mercados locales de alimentos?


septiembre 01, 2006

INSCRIPCION A LA CUMBRE


LA CUMBRE ALIMENTARIA REGIONAL DEL MAGDALENA MEDIO: UN ESCENARIO DE DEBATE CIUDADANO Y CONSTRUCCIÓN PARTICIPATIVA DE POLÍTICA PÚBLICA.

Afiche Cumbre Alimentaria RegionalLa Cumbre Alimentaria Regional del Magdalena Medio deberá entregarnos importantes saldos de aprendizaje, organización y gestión, provenientes de la participación ciudadana y la interacción entre los diferentes representantes de las organizaciones e instituciones asistentes. No obstante, si pretendemos alcanzar los máximos logros de este encuentro, es necesario precisar su carácter y objetivos centrales. En ese sentido, la Cumbre no es un espacio de capacitación que se concentre en contenidos técnicos o prácticos de la seguridad o la soberanía alimentarias. Del mismo modo, aunque la Cumbre propicia el encuentro fraterno entre ciudadanos y ciudadanas, tampoco es un evento dedicado al intercambio de experiencias con el fin de mejorar o perfilar metodologías de trabajo. Y, si bien la Cumbre contará con representantes de los gobiernos locales, regionales y nacionales, tampoco debe ser entendida como una instancia para la gestión de necesidades particulares de las comunidades o para la solución de problemas puntuales que se presenten en una vereda o en un municipio.

La Cumbre Alimentaria Regional es, por encima de todo, un escenario en el que representantes de la ciudadanía organizada se reúnen con sus contrapartes de organizaciones privadas e instituciones públicas y, junto con los gobiernos presentes, debaten sobre los determinantes y las soluciones al problema del hambre crónica rural. Se trata entonces de un escenario de participación ciudadana autónoma y de concertación entre sectores de la sociedad civil para elaborar fórmulas y establecer acuerdos y compromisos que favorezcan la superación del hambre crónica que padecen innumerables familias campesinas de nuestro país.

Es por ello que les extendemos la invitación a participar en la Cumbre Alimentaria Regional del Magdalena Medio delegando a una o máximo dos personas que representen a su asociación u organización y que, además, estén facultadas por ésta para establecer acuerdos y compromisos en su nombre. Así mismo, con el ánimo de favorecer su participación, les solicitamos que discutan previamente algunos aspectos cruciales de la política pública de manera que estén en mayor capacidad de plantear su posición frente al tema durante las jornadas de la Cumbre Alimentaria. Las siguientes preguntas podrían animar su debate interno previo a la Cumbre:

· ¿Dónde comienza y dónde concluye la responsabilidad del estado frente a la seguridad alimentaria de las familias y comunidades campesinas?
· ¿Están adecuadamente orientados los subsidios alimentarios que el estado ofrece a esta población? ¿Son social y económicamente sostenibles y, en consecuencia, contribuyen realmente a la dignificación de la vida y a la seguridad alimentaria?
· ¿Se está promoviendo el desarrollo de sistemas agroalimentarios locales o, por el contrario, las políticas tienden a favorecer a los sistemas agroalimentarios globalizados?
· ¿Debe el estado proteger las identidades alimentarias de las comunidades campesinas y controlar la oferta alimentaria industrializada o debe permitir el libre comercio y publicidad de los alimentos industrializados?
· ¿Está bien que el tipo de acciones que los municipios, los departamentos y la nación realizan, frente a la seguridad alimentaria de las familias, sean básicamente iguales o, por el contrario, cada uno debería tener competencias diferentes y realizar acciones claramente complementarias?

APORTES DE LOS ORGANIZADORES PARA LOS PARTICIPANTES

Los y las representantes de las organizaciones participantes de la Cumbre Alimentaria contarán con la alimentación y el hospedaje durante los días 29 y 30 de septiembre en el municipio del Carmen de Chucurí, Santander.

Así mismo, contarán con una carpeta para el seguimiento a la agenda y la toma de notas. Y, recibirán las memorias de la Cumbre una vez se hayan editado.

APORTES DE PARTICIPANTES

Se espera que las organizaciones aporten los costos de transporte de sus representantes.

COMO LLEGAR AL CARMEN DE CHUCURI, SEDE DE LA CUMBRE ALIMENTARIA

Desde Bucaramanga sale transporte al Carmen todos los días a las 4:00 a.m.; 5:00 a.m.; 11:00 a.m.; 2:00 p.m. y 4:30 p.m. El valor del tiquete es de $20.000. El recorrido es de más o menos 4 horas.

Desde Barrancabermeja sale transporte al Carmen todos los días a las 9:00 a.m.; 12 m; y 4:00 p.m. El valor del tiquete es de $12.000. El recorrido es de más o menos 3 horas.

En ambos casos, se llega al municipio luego de dos horas de viaje por carretera destapada.

INSCRIPCION A LA CUMBRE ALIMENTARIA

La inscripción la pueden realizar por vía telefónica, fax o a través de correo electrónico.

Para inscribirse telefónicamente, llamar al: 6 21 35 33 de Barrancabermeja (Indicativo 7) o al celular 315 3709597.

Para inscribirse por fax o a través del correo electrónico, diligencien la ficha anexa y envíenla a la línea 6 21 35 33 Barrancabermeja (Indicativo 7), en caso de fax, o la dirección
cumbrealimentaria@gmail.com si es por vía electrónica.


FICHA DE INSCRIPCION

FECHA:

DATOS DE LA ORGANIZACION

NOMBRE DE LA ORGANIZACIÓN: _______________________________________

MUNICIPIO EN QUE TIENE SU SEDE: ____________________________________

DIRECCION________________________________________
TELEFONO____________FAX _______________
CORREO ELECTRONICO_______________________

DATOS DEL REPRESENTANTE A LA CUMBRE

NOMBRE Y APELLIDOS _______________________________________________

CARGO QUE OCUPA EN LA ORGANIZACIÓN _____________________________

DIRECCION________________________________________
TELEFONO____________FAX _______________
CORREO ELECTRONICO_______________________

IMAGENES DE
LA CUMBRE

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Programa radial Terminal Azul,
dedicado a la Cumbre Alimentaria Regional. Emisora Universitaria UIS F.M., Bucaramanga.
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